Llevo más de una década aplicando criterios de arquitectura saludable (biocompatibilidad) en mis obras y no lograba entender por qué el ser humano se acostumbra a ambientes poco saludables y deja de darles importancia.
Las personas tenemos la capacidad de adaptarnos a nuestro entorno y SOBREVIVIR en él. Este proceso de adaptación y supervivencia puede llevarnos a no darnos cuenta de algunos malestares, “como lo he tenido siempre…”.
Es curioso cómo cuando tenemos a un hijo en su etapa de bebé, que aún no tiene esa capacidad, podemos ver de manera más clara qué efectos tienen los contaminantes interiores sobre las personas.
El asma infantil, por ejemplo, es una enfermedad cada vez más frecuente y está directamente relacionado con dos factores: uno la herencia genética y el otro la exposición a agentes ambientales. Podemos mejorar sus síntomas mejorando la calidad del aire interior.
Existen otras formas de hacerlo, además de colocando sistemas de ventilación, en viviendas donde técnica o económicamente no es posible. Se puede monitorizar y purificar el aire interior con aparatos tecnológicos o con purificadores naturales como algunas plantas.
Tras la monitorización del aire en varias viviendas con bebés, hemos podido establecer una relación entre momentos pico de contaminantes (especialmente COVs y CO2) y el despertar de los niños.
Si en ellos podemos percibir cómo el ambiente interior les afecta, nos podemos imaginar cómo nos está afectando a nosotros, que no nos damos cuenta porque nos hemos acostumbrado.
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